domingo, 12 de julio de 2009

Para qué sirve una valla, por Laura Rivera.

Laura Rivera.

Obras de Lobo hay en las calles sin protección, por eso no pueden cobrar por entrar al Castillo


Los menos zamoranos que somos cada año y los menos turistas que vienen a vernos, han podido comprobar que la valla de obra que cerraba el paso a los jardines del Castillo ha sido sustituida por una empalizada metálica que tampoco nos deja pasar.
La curiosidad despertada por la propaganda política sobre la fortaleza medieval tras las obras hace que la gente se pegue a la valla, agarrando con dos manos los barrotes, mirando desesperada el espacio que se le niega, definitivamente acotado por un muro, uno más, que quiere poner puertas al mar. El espacio público abierto y nuestro, de todos, ha sido delimitado por los poderes municipales para controlar, racionalizar, regular… lo que se les ocurra hacer, sus «usos», que serán menos libres.
Todo por nuestro bien, el bien común, sabiamente administrado por quienes son nuestros representantes, que velarán por la conservación de un espacio público protegiéndolo de nosotros mismos, los ciudadanos, con vallas y puertas para abrir y cerrar los jardines.
¿Para qué sirve la valla? Los que medio mandan en el Ayuntamiento, decían en este diario que estaban pensando cobrar por la visita a unos jardines que van a albergar obras de Lobo, una vez que se han gastado el dinero que les dio Europa para un Museo que no han construido. Obras de Lobo hay en las calles y parques de la ciudad, sin ningún tipo especial de protección. Por eso no creo que se atrevan a cobrarnos por entrar a unos jardines que siempre estuvieron abiertos. Por eso y porque les perjudicaría en las próximas elecciones. A menos que vengan los «vándalos» y con ellos se justifique el cierre de las puertas con el aplauso de quienes no podremos volver a pasear libremente por los jardines del Castillo.
Lo de los vándalos también puede ser la justificación para cerrar las puertas de noche. Aquí los argumentos son más internacionales: como viajamos mucho, todos hemos visto que en Europa se cierran los jardines por la noche; de la misma manera que hemos visto que cobran por entrar en todos, y «ya está bien de que hagamos el tonto aquí en Zamora, como si fuéramos ricos; así que el que quiera verlos, que pague, ¡qué c…!» (El taco no lo escribo para que se elija «interactivamente»).
Y bien, la valla también podía tener una justificación estética, como otras de la ciudad que se integran en los espacios dándoles una nueva dimensión artística. Pero no es el caso, porque no estaba prevista en ninguna de las cuatro fases del proyecto de fallido Museo, y sólo se ha hecho con un «sobrante» de la obra, de unos sesenta mil euros, para no devolvérselos a Europa y tener que sufrir las críticas de la maldita oposición.
La maldita valla ha crecido como la mala hierba en medio de los jardines, cortando los viejos caminos de la memoria de los pasos y el paisaje de la infancia, de la juventud y de la madurez de los ciudadanos de Zamora que, orgullosos de un pasado enterrado o «entoñado» por el tiempo, enseñaban a los visitantes, a cualquier hora del día y de la noche, el encanto de un espacio libre y abierto, sin vallas, ni puertas ni llaves que las abran y las cierren a su antojo, o movidos por la codicia, el miedo o el estúpido autoritarismo del ordeno y mando.
La valla también es estúpida.
Porque si se dejan abiertas las puertas, sólo servirá para dar un rodeo innecesario y para poner barrotes innecesarios en la mirada.
Si las puertas se cierran para protegernos de nuestro vandalismo, nada se conseguirá si no se pone vigilancia, porque saltarla «está chupao» aunque tenga pinchos por arriba, y una vez dentro y sin paseantes formales aunque raritos (de esos que salen por la noche a respirar la ciudad), el destrozo puede ser mayor si cabe.
¡Y si se cobra por entrar a ver los jardines! Será cómplice la «vallita» de un espacio público más dedicado a la especulación y robado a los ciudadanos de a pie de calle, sin más «calle» que las estrechas aceras con las baldosas sueltas para desplazarse.
Todas las vallas se levantan para nuestra seguridad, pero acaban encerrándonos en falsas fronteras que sólo se rebasan si pagas. Y eso vale para los muros contra los inmigrantes, y para las que parecen inofensivas vallas que poco a poco se apoderan de los espacios públicos, donde ya no se podrá jugar, ni amar, ni pasearse sin pasar por taquilla.

Y hast aquí el artículo escrito por Laura Rivera, concejala por IU en el Ayuntamiento de Zamora y publicado en La Opinión.

No hay comentarios: