Al final parece que el PP ha aceptado, con determinadas condiciones, el cara a cara, y nunca mejor dicho, con el Presidente del actual Gobierno y candidato por el PSOE.
Algunos pensarán que esto está bien, y lo está... si se tiene en cuenta sólo que se juntan dos representantes de mucha gente a, supuestamente, dialogar, aunque me temo que será para ponerse a caldo (que si usted ha dicho o ha hecho o no ha dicho o no ha hecho...), esto va a pasar, porque ambos se creen en posesión de la Verdad, con mayúsculas, aunque seguramente ni rocen ni conozcan la verdad, con minúsculas, a juzgar por sus modos. Pero, y ya sin desviarnos, analizando un poquito lo que esto implica, la cosa no resulta ni buena, ni beneficiosa ni sobre todo realista. Se han cargado de un plumazo -como ya se ha comentado por parte del compañero Carlos en una entrada suya- a todos los demás representantes de mucha mucha gente también. Por esto los llamo demagogos, y ahora explico el por qué. Según el diccionario de la RAE, al que aquí somos tan aficionados, estas son sus definiciones:
Como se puede comprobar, el diccionario siempre con el dardo en la palabra. No hay nada como consultar lo que significan las palabras, para entendernos, digo, porque a veces ni con un diccionario de por medio somos capaces de entendernos o de entender que se dice al decir algunas palabras. He resaltado en rojo las definiciones que mejor se ajustan al caso, según mi criterio, claro está.
El coordinador genenal de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares, ha comentado en los medios que el debate bipartidista no es realista -excluye a los demás- pero al parecer, lo que importa es el espectáculo: seguimos como en pleno apogeo del imperio romano, al ciudadano, pan y circo. El pan, alias aquí de trabajo, escasea, aunque, eso sí, nos prometen millones de puestos, supongo que más precarios aún si cabe. Del circo, que voy a decir que no se haya dicho ya, si son ellos los actores principales y los dueños de la pista. Así, los llamados políticos "pofesionales" siguen haciendo de las suyas, viviendo del cuento o del cuéntame, esquilmando los ya depauperados bolsillos de los ciudadanos y las arcas del estado, con minúsculas, porque ellos son el verdadero estado (de su bienestar), la medida de todas las cosas... ¡tristes días nos han tocado vivir!
Afortunadamente, siempre que se cierra una puerta se abre una ventana: el movimiento a favor de otra forma de hacer las cosas es cada vez más multitudinario, los que estamos a favor de la instauración de una República en nuestro estado, somos cada vez más, y no sólo de lo que tradicionalmente se llama izquierdas, si no que se están uniendo, cada vez más gente de derechas, por no hablar de centristas y de otros colectivos muy motivados, no necesariamente hablando desde un punto de vista político, y cuando digo político digo partidista.
El caso es que lo que necesitamos es un cambio: un cambio de políticos; necesitamos políticos que se preocupen por los ciudadanos, no por su cuenta corriente ni por los negocios de multimillonarios recien amigos o viejos conocidos, unos políticos que se preocupen por hacer políticas correctas (basadas en la igualdad de las personas, independientemente de su raza, religión, sexo... tal y como dice la constitución -que podríamos reformar ya, aunque bastaría simplemente con hacer que se cumpliera (esto sería una verdadera revolución)- o más simplemente la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tan poco en boga desde que se redactó allá por el 1948) en materia de educación y cultura, básicamente; luego sólo habrá que esperar y recoger lo sembrado, cuando llegue el día.
Algunos pensarán que esto está bien, y lo está... si se tiene en cuenta sólo que se juntan dos representantes de mucha gente a, supuestamente, dialogar, aunque me temo que será para ponerse a caldo (que si usted ha dicho o ha hecho o no ha dicho o no ha hecho...), esto va a pasar, porque ambos se creen en posesión de la Verdad, con mayúsculas, aunque seguramente ni rocen ni conozcan la verdad, con minúsculas, a juzgar por sus modos. Pero, y ya sin desviarnos, analizando un poquito lo que esto implica, la cosa no resulta ni buena, ni beneficiosa ni sobre todo realista. Se han cargado de un plumazo -como ya se ha comentado por parte del compañero Carlos en una entrada suya- a todos los demás representantes de mucha mucha gente también. Por esto los llamo demagogos, y ahora explico el por qué. Según el diccionario de la RAE, al que aquí somos tan aficionados, estas son sus definiciones:
demagogo, ga.
1. adj. Que practica la demagogia. U. t. en sent. fig.
2. m. y f. Cabeza o caudillo de una facción popular.
3. m. y f. Orador revolucionario que intenta ganar influencia mediante discursos que agiten a la plebe.
demagogia.
1. f. Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular.
2. f. Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder.
Como se puede comprobar, el diccionario siempre con el dardo en la palabra. No hay nada como consultar lo que significan las palabras, para entendernos, digo, porque a veces ni con un diccionario de por medio somos capaces de entendernos o de entender que se dice al decir algunas palabras. He resaltado en rojo las definiciones que mejor se ajustan al caso, según mi criterio, claro está.
El coordinador genenal de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares, ha comentado en los medios que el debate bipartidista no es realista -excluye a los demás- pero al parecer, lo que importa es el espectáculo: seguimos como en pleno apogeo del imperio romano, al ciudadano, pan y circo. El pan, alias aquí de trabajo, escasea, aunque, eso sí, nos prometen millones de puestos, supongo que más precarios aún si cabe. Del circo, que voy a decir que no se haya dicho ya, si son ellos los actores principales y los dueños de la pista. Así, los llamados políticos "pofesionales" siguen haciendo de las suyas, viviendo del cuento o del cuéntame, esquilmando los ya depauperados bolsillos de los ciudadanos y las arcas del estado, con minúsculas, porque ellos son el verdadero estado (de su bienestar), la medida de todas las cosas... ¡tristes días nos han tocado vivir!
Afortunadamente, siempre que se cierra una puerta se abre una ventana: el movimiento a favor de otra forma de hacer las cosas es cada vez más multitudinario, los que estamos a favor de la instauración de una República en nuestro estado, somos cada vez más, y no sólo de lo que tradicionalmente se llama izquierdas, si no que se están uniendo, cada vez más gente de derechas, por no hablar de centristas y de otros colectivos muy motivados, no necesariamente hablando desde un punto de vista político, y cuando digo político digo partidista.
El caso es que lo que necesitamos es un cambio: un cambio de políticos; necesitamos políticos que se preocupen por los ciudadanos, no por su cuenta corriente ni por los negocios de multimillonarios recien amigos o viejos conocidos, unos políticos que se preocupen por hacer políticas correctas (basadas en la igualdad de las personas, independientemente de su raza, religión, sexo... tal y como dice la constitución -que podríamos reformar ya, aunque bastaría simplemente con hacer que se cumpliera (esto sería una verdadera revolución)- o más simplemente la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tan poco en boga desde que se redactó allá por el 1948) en materia de educación y cultura, básicamente; luego sólo habrá que esperar y recoger lo sembrado, cuando llegue el día.